Luto por paisanos en Villa González Ortega
Por Eduardo Valencia///NTR
Villa González Ortega, (05-07-2022).- Unas ánimas en otra estancia. Tres tumbas ya se abren en el panteón San Marcos para esperar a Mayra, Fernando y Javier, a quienes la tragedia abrazó y dieron su último aliento en el “tráiler de la muerte”, que fuera abandonado en San Antonio, Texas.
En Estancia de Ánima, Villa González Ortega, se escucha el silencio, ya que la desgracia enlutó a esta agreste tierra del sureste zacatecano. “Nos fregaron con eso que pasó”, dijo doña Enriqueta, mamá de Mayra, al tiempo que un vecino soltó: “todo por buscar los pinches dólares”.
Hace poco, los tres jóvenes hacían planes para alcanzar el mal llamado sueño americano, pero el anhelo se truncó porque la miseria que vivían en su pueblo se transformó en muerte, a consecuencia de la necesidad y la oportunidad que su suelo les negó.
Dolor porque el sueño se truncó. Atrás y cargando la tristeza quedaron sus ilusiones, sus amigos, ¡sus hijos! Recuerdos, instantes que desde niños compartían Mayra, Javi y Fernando se rompieron, se transformaron en luto. No volverán a dar el abrazo ni el beso, solo regresarán a que los cobije la tierra que los vio partir.
Mayra Beltrán, Francisco Delgado y Fernando Gallegos, sus ánimas ya tienen su nueva estancia. Pretendieron salir de las fauces de la pobreza para caer en las garras de la tragedia.
La muerte les alcanzó porque la inmundicia humana el tráiler abandonó, un hecho que conmocionó a propios y extraños y que el mapa de la desgracia marcó como punto de referencia este pequeño y abandonado pueblo que se ubica a 90 kilómetros de la capital del estado.
El silencio abrazó a la comunidad de calles sin pavimentar, ahora llenas de una desolación diferente porque tres de sus muchachos ya no caminarán por sus terracerías.
Doña Enriqueta ya no escuchará la peculiar risilla de su hija Mayra, de apenas 31 años de edad; la joven dejó el hogar y su franela de beisbolista, marcada con el número 19 del equipo Indians, por buscar un mejor futuro para sus pequeñas de 10 y 12 años.
“Tan buena mi muchacha”, se lamentaba doña Enriqueta, ya ataviada de riguroso luto. “Mayra era madre soltera y no saben cómo se me parte el corazón al oír llorar a sus hijas. Bien joven, mi muchachita”.
Mayra se dedicaba al hogar y a trabajar en las casas que la necesitaban, “pero de pronto se decidió a ver si pasaba porque quería hacer unos cuartitos para sus muchachitas. Iba con mi yerno, Javi, pero no estaba tranquila, algo me llamaba y no me querían decir porque ‘toy mala del azúcar”.
Doña Enriqueta comentó que se comunicó con Mayra antes que cruzara la frontera “y le pedí: ya no te vayas; ya no te vayas, tus niñas, piensa en tus niñas, no te vaya a pasar algo”.
“Y, sí, está confirmado que es ella, ya que su papá la identificó porque él radica allá. Se fue con lo puesto, ¡ah!, y su cachucha de los Indians, que la traiba pa’ todos lados”. Ya el pésame tocó a su puerta con los miembros del equipo por delante.
Doña Enriqueta insistió hasta el final: “mira, cómo te vas ir con tanta calor que ‘ta haciendo, ya ve que aquí ‘ta diantre. Recuerdo que todavía le di la bendición, me vino a dejar a las niñas y se fue, que lo iba a intentar”.
Suspira, entrelaza las manos y con voz pausada señala: “no sabe uno cuándo le va a tocar la cosa. ‘Ta uno con el pendiente y siempre tuve la esperanza que no fuera ella. Tan buena, con su risilla, muy alegre, pero se nos fue”.
Un vecino aseguró que “eran buenos muchachos”. “Los conocemos desde chavalillos, ya vinieron cuatro carrillos de México, pero pa’ qué tanta pregunta; ya hasta les están haciendo las fosas en el panteón. ¡Ya los esperan!”.
“Javi era muy trabajador y buen muchacho, se pasaba todo el día en su tallercito”, relata Leandro, su hermano, quien junto con familiares y amigos ya prepara las fosas donde quedarán los tres amigos; los tres que se fueron y volverán en un féretro.
“Javi era carpintero en México y chirroquero en el gabacho; quería hacerse de centavos para comprar maquinaria y darles educación a sus hijos de 6 y 8 años, pero el coyote lo abandonó y ya no pudo arreglar su casa”.
“Yo lo llevé a Salinas para que agarrara el camión al norte. Y la última vez que se comunicó fue antes de entrar al monte. Mis papás andan en San Antonio, pero no hay nada de información ni apoyo”.
Los agarraron una vez y se fueron a otra frontera. “Ya habíamos visto ese tráiler en las noticias y la coyota nos decía que no iban ahí; que estaban en migración y en proceso de deportación y así fueron ocho días de mentiras. A mi hermano le cobraron 10 mil dólares y luego tuvo que dar 35 mil pesos porque se cambió de coyote, todo ese gasto hizo y ¿para qué?”.
Fernando, de 38 años, vivía en una casita de adobe y, al igual que sus compañeros y amigos, nunca vieron en su calle pavimento. Era campesino y dejó huérfana a una bebé de 11 meses de edad. La vida se le fue de las manos porque decidió “irse de mojado”. Marlene, su hermana, lo recuerda montado en su “bicicleta leñera”.
“Mis padres ya son ancianos y la terrible noticia los ha destrozado. Tratamos de echarle muchas ganas porque tenemos mucha fe. Queremos que ya llegue a su casa para velarlo y leerle la Palabra de Dios. Hay que esperar el Juicio de Dios”.
Marlene se dobla, sus ojos se cristalizan cuando afirma que, “en su juicio, quienes hicieron este mal, encuentren la muerte”.