Después del invierno

Por Melina González

“Todo aquel tiempo fue como un largo sueño.

La ciudad estaba llena de dormidos despiertos”

La Peste. Alberto Camus 

San Francisco, California,(10-03-2021).- Un año ha pasado después de que la pandemia llegara a América; más de 12 meses, de que iniciara, en la ya legendaria, provincia china de Wuhan. Desde ése año, la primavera, quedó suspendida.

Con corte al 28 de febrero del 2021, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 2.5 millones de personas en todo el mundo, han fallecido a consecuencia del Covid-19, siendo América, el continente donde se han registrado el mayor número de defunciones, al concentrar un millón de decesos; aunado a las muertes, expertos advierten que millones de personas padecen aún, sus consecuencias, que van desde problemas respiratorios, hasta en la piel, corazón y riñones.

Paralelo a la crisis sanitaria, el mundo, se enfrenta, a una crisis financiera sin precedentes desde la segunda Guerra Mundial; según el último informe de la Organización Mundial del Trabajo (OIT), en el último año, se han perdido 255 millones de empleos de tiempo completo en todo el mundo.

El organismo internacional, advierte, además, que más de 150 millones de personas en países en vías de desarrollo, podrían volver a la pobreza extrema como consecuencia directa de la devastación económica provocada por la pandemia del Coronavirus.

Y es que, los cierres de ciudades enteras, de negocios, de fábricas, de escuelas, así como las restricciones de viajes y cruces de fronteras que se aplicaron por meses, en todo el mundo, tuvieron un golpe drástico en los trabajadores y empresas, impacto que, advierten expertos de la OIT, seguirá sintiéndose por  varios años más, independientemente de la situación sanitaria.

No obstante, algunos sectores han recibido un golpe que, algunos indican, podría ser mortal: el sector hotelero, inmobiliario, restaurantero, artístico, así como las tiendas y comercios minoristas, enfrentan el mayor reto, tras la parálisis que, durante casi un año, sufrieron y, en algunos países, aún sufren.

Y,  es que a pesar de los esfuerzos titánicos en los que se han volcado los líderes mundiales por acelerar el proceso de vacunación, la inoculación de la población, avanza a ritmo lento.

Países como Estados Unidos e Israel, han hecho un despliegue histórico en las jornadas de vacunación: estadios, aeropuertos y bases navales, han sido acondicionados como centros de inoculación, en muchos de ellos, miles de enfermeros y personal militar, aplican, día y noche cientos de miles de dosis.

Pese a ello y, aunado a los apoyos económicos, estímulos financieros y subvenciones monetarias, en Estados Unidos, el esfuerzo no ha sido suficiente; miles de pequeños comercios agonizan por mantenerse aún de pie; las pérdidas han sido catastróficas y, para cientos, irreversibles.

Y es que, en algunos estados, como en California, las fuertes restricciones, impuestas hace un año, se han mantenido hasta éste; a diferencia de otros estados de la unión americana y, derivado de los altos índices de contagio que las autoridades reportaron desde el inicio de la pandemia, California fue el estado con los vetos más estrictos en todo el país, mientras que el condado y ciudad de San Francisco, es considerada ya, como una de las entidades con las medidas más severas a nivel mundial.

En San Francisco, por más de medio año, la movilidad poblacional se restringió únicamente a trabajadores esenciales, quienes debían de portar un permiso otorgado por la ciudad para poder transitar por las calles después de los toques de queda.

El servicio de los restaurantes y cafeterías, quedaron limitados únicamente para llevar; se cerraron calles al tránsito vehicular para reducir la circulación y se cerró, por un año, en su totalidad, museos, tiendas de ropa,  bares, gimnasios, librerías, estéticas, barberías, cines, salas de conciertos, estadios y parques con zonas recreacionales para niños.

El uso del cubre bocas se mandató como una obligación, con la posibilidad de ser arrestado en caso de ingresar a un espacio público sin portarlo debidamente; en los supermercados, se prohibió que los clientes ingresaran con sus propias bolsas para cargar sus productos.

Disminuyó el número de autobuses en circulación, con base a la premisa de reducir la movilidad poblacional, así como se modificaron las rutas; mientras que los tradicionales tranvías, íconos de la ciudad, fueron sacados de circulación, sin haber retornado aún, por lo que enfrentan un futuro incierto.

Por casi un año, la histórica ciudad de San Francisco se sumió en el sopor de la pandemia; sus legendarios barrios, uno a uno, se fueron apagando: el barrio Chino, el barrio Japonés, el barrio Ruso; los latinos, en el distrito Missión y los italianos, en North Beach, vieron, atrincherados desde sus hogares, cómo la ciudad quedaba deshabitada.

En Estados Unidos, al igual que en gran parte de América, a finales de diciembre, los casos de contagio comenzaron a descender, al tiempo que las farmacéuticas se encontraban listas para iniciar el despliegue histórico de las vacunas a todos los confines del mundo. La esperanza, se tradujo, en la reapertura, gradual, de los negocios en varios estados de Norteamérica, así como en reducir las restricciones derivadas de la pandemia.

No obstante, en California, éstas, continuaron. Bajo la premisa de que los contagios aún no descendían a parámetros controlables, las autoridades determinaron mantener las limitaciones establecidas un año atrás, lo que provocó el inicio de varias acciones contestatarias como el promover un juicio de destitución al gobernador, Gavin Newson, propuesta que tiene en su haber más de dos millones de firmas y, la aparición de los auto denominados grupos “anti máscaras”, que exigen, se ofrezcan servicios sin restricciones.

Al desempleo y cierre masivo de pequeños comercios, se suma un éxodo sin precedentes en San Francisco. La ciudad, que ostenta las rentas más caras del mundo, ha perdido, en los últimos meses, más del 10% de su población, es decir, de sus apenas 900 mil habitantes, poco más de 90 mil, se han mudado a otro estado y, según advierte el servicio de correo postal del país, hasta un 40% de los migrantes se han dirigido  a estados con restricciones menos severas.

La batalla a la que se ha sometido la humanidad, en los últimos meses, ha sido brutal; como colectivo, padecimos los estragos del mortal virus, sin embargo, como individuos, se ha requerido de la reinvención para poder salir adelante; situación similar a la que se enfrentan las ciudades y los estados, entidades que, sin importar su poderío económico, enfrentan retos jamás vistos en los tiempos modernos.

La otrora señorial y bulliciosa San Francisco, aún no termina de invernar. Con cautela, en los últimos días, ha ido, reduciendo las restricciones, a la par que los casos de contagios, van decreciendo; no obstante, éste acto, para muchos residentes y migrantes, llega demasiado tarde.

Para muchos otros, la esperanza aún persiste. El poder ingresar a un bar, a un cine o a un restaurante, después de un año de no hacerlo, se ha convertido en sinónimo de resistencia; los gimnasios, museos y librerías, muestran listas de espera interminables, lo que algunos han interpretado como señales de que la humanidad, al fin, comienza a renovarse.

El mundo, aún, no puede dar el grito de victoria; sin embargo, la esperanza se avizora más cerca. Con la inoculación a personal médico y adultos mayores, completado o, en proceso de, en varios países, el descenso en los casos de contagio y las reaperturas graduales, después de un prolongado inverno, parece ser, la primavera, por fin, éste año llegará.