Los virus de San Francisco

Por Melina González

01-04-2021).-San Francisco es una de las ciudades más progresistas del mundo; de Estados Unidos, la más. En éste condado/ciudad, todos los grupos, creencias, nacionalidades, inclinaciones sexuales, ideologías políticas, y demás sistemas de valores de los seres humanos, han encontrado un espacio, tras décadas de lucha por que sean respetados.

San Francisco, es una de las pocas ciudades santuario que quedan en el país; aquí, los inmigrantes que carezcan de papeles que acrediten su estancia de manera legal, son protegidos y, lejos de ser perseguidos y criminalizados, se les ofrece ayuda humanitaria como estímulos económicos y atención médica.  

Todas las inclinaciones sexuales son respetadas; además, el matrimonio igualitario, desde hace años, es reconocido, así como la posibilidad de que los contrayentes, puedan adoptar un hijo.

Mientras que en varios países de América Latina, (México, entre ellos), aún se lucha por que el aborto sea reconocido como un derecho para las mujeres, en la ciudad, está permitido y, es considerado tan relevante que, durante la cuarentena derivada por la pandemia de Covid-19, las clínicas abortivas continuaron operando, al ser catalogadas como de servicios esenciales.

En San Francisco, la libertad de credo, es considerado un derecho trascendental, por lo que es común ver en una calle una mezquita, y, a la siguiente, una iglesia ortodoxa rusa; yacen en la misma avenida un templo hinduista y budista, y, en ella, rematándola, también está una iglesia católica.

A lo largo de décadas, en ésta ciudad, la mayoría de sus residentes, han aprendido a convivir y, sobre todo, a tolerar; sin embargo, como en toda institución social, la ciudad no se ha visto exenta de los ataques originados por temas raciales, que ocurren con tan poca frecuencia que son considerados hechos aislados en una sociedad que predica, con fervor, la tolerancia y el respeto. 

Por ello, ha causado desconcierto y alarma, la ola de ataques que en el área, se han perpetrado en contra de miembros de la comunidad asiática, derivado, de la pandemia por el Covid-19.

Desde que inició la pandemia, la comunidad de Asia oriental, a nivel mundial,  comenzó a reportar, con preocupación, el aumento de agresiones; no obstante, el encierro obligatorio en gran parte de los países, los sujetó, en su mayoría, a asaltos verbales.

Sin embargo, el reciente término de la cuarentena, lejos de dejar atrás éstas acometidas, fundadas en la ignorancia e intolerancia, cobraron más fuerza y tanto en Europa como en Estados Unidos, en las últimas semanas, han ocupado los titulares en los medios de comunicación.

Es en Estados Unidos en dónde más se han presentado, al ser éste el país, después de China, Corea del Sur y Japón, en donde radica la mayor cantidad de personas oriundas de estos lugares. Nueva York y San Francisco, son las ciudades que concentran la mayor cantidad de pobladores de estos países de Asia oriental y, es en ésta última, en donde existe el barrio chino más grande del mundo.

De marzo a diciembre del 2020 se reportaron 2 mil 808 denuncias sobre ataques contra ciudadanos asiático americanos, de los cuales, 8.7% involucraron agresiones físicas y el 71% supuso acoso verbal, según datos de la organización Stop AAPI Hate.

Es ésta misma organización quien ha advertido que el número de ataques contra integrantes de esta comunidad han incrementado de manera vertiginosa de febrero a marzo de éste año; la mayoría, han sido físicas, dejando como saldo hasta el momento, a ocho personas sin vida.

Tan sólo en Nueva York, en la última semana, se han registrado cerca de una treintena de ataques en contra de miembros de ésta comunidad, mientras que, en San Francisco, suman ya cerca de una veintena; las calles, estacionamientos, tiendas, autobuses y el metro, han sido sitios en dónde se han ido reproduciendo, como una virus, estas agresiones en las que las víctimas han sido golpeadas sin provocación alguna.

Adultos mayores y, mujeres, han sido principalmente  los objetivos, cuyos perpetradores, hombres jóvenes, hasta el momento todos, pertenecen a diversos grupos raciales. Afroamericanos, caucásicos e hispanoamericanos son quienes se han contagiado de éste nuevo virus, que turba, nuevamente, a la humanidad y, a la pacífica San Francisco.

Vídeos de ancianas golpeadas, de mujeres arrastradas por sujetos que intentan despojarlas de sus pertenencias, de adultos mayores, tirados inconscientes, tras recibir el cobarde golpe de sus atacantes, han inundando las redes sociales y, las han llenado nuevamente, como si se tratase de marzo del 2020, de horror y desánimo.

Es, en este espacio donde también, las autoridades advirtieron, con alarma, el reto virtual, que, tal como lo hace el Covid-19, amenaza con diseminarse por todo el mundo: #slapanasian (en español, “abofetea a un asiático”), a través del cual se incita a los jóvenes a agredir a personas orientales, y, contra el que, se ha advertido, se actuará con todo el peso de la ley.

El origen de estos ataques, es un virus que, tal como el Covid-19, no es nuevo para el ser humano. La ignorancia y la intolerancia forman una poderosa toxina con altos índices de contagio. La infección, avanza sigilosamente, hasta que el individuo contagiado, queda a merced total de éste virus, cuyo único antídoto es la empatía y solidaridad, valores, por cierto, que también se han visto flagelados durante todo el año pasado.

El que una comunidad de China, haya sido el epicentro de ésta pandemia, así como lo fue México en el 2009 con la gripe AH1N1, condenó a sus ciudadanos a la crítica y desprecio mundial;  declaraciones hostiles realizadas por varios líderes mundiales, como el ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump y publicaciones amarillistas, como varios periódicos en Francia, terminaron de condenar a éste país, al escrutinio y maltrato, al ser considerados como los causantes del devastador virus.

Sin embargo, éste injustificado odio, como todo virus, no se ha quedado estático y se ha expandido contra todos los miembros de la comunidad de Asia oriental, exhibiendo las humillaciones a las que se ha sometido a ésta comunidad, a través de la historia: burlas por la forma de sus ojos, del tono de su piel, su acento y hasta la cosificación de sus mujeres.

No obstante, como la historia nos lo ha demostrado durante los episodios de catástrofes, la solidaridad es el mejor antídoto para estos mortales virus. En San Francisco, las autoridades han incrementado los patrullajes y las condenas para quienes perpetren dichos actos.

Pero es la sociedad civil quien, una vez más, hace el verdadero cambio. Grupos de jóvenes voluntarios, hombres y mujeres,  se han organizado para escoltar a adultos mayores, mientras que a las víctimas, a través de campañas de donación, se les ha asistido con dinero;  Xiao Zhen Xie, una mujer de 84 años de edad que fue brutalmente golpeada, recibió, a través de donaciones civiles, cerca de un millón de dólares, cantidad que donó, en su totalidad, a centros comunitarios.

En redes sociales, se han organizado grupos de protección, mientras que asociaciones civiles, han organizado eventos culturales para sensibilizar a la población.

Lo cierto es que éste virus que corroe las inclinadas calles de San Francisco, es sólo una cepa de ése virus que en las costas de Europa, deja varados a decenas de cadáveres de migrantes; o que en México, deja, cada año, miles de muertos y miles de desaparecidos.

 El racismo, el machismo, la homofobia, la intolerancia y todo acto que atente contra la dignidad y del ser humano, tiene su origen en el más mortal y antiguo virus de la humanidad: el desprecio por la vida y, ante el cual, no existe, hasta el momento, ninguna cura, y cuyo único tratamiento es vacunar a las nuevas generaciones con valores fundados en la tolerancia y el respeto.

El mundo, después de un año de letargo, comienza a despertar; sin embargo, de no modificar las conductas que por años han condenado, humillado, discriminado y relegado a hombres y mujeres, por su condición de género, social, racial, sexual y económica, corre el riesgo de enfrentarse a una pandemia con efectos más devastadores al asentar a una sociedad en cimientos a puntos de quebrantarse.