De México a Palestina: el derecho a la poesía

Por Julián Javier H///Ágora Digital
Tampico,Tamps,(08-04-2025).-El dramaturgo Ángel Hernández Arreola atravesó el desierto de Jericó, después de dejar la frontera con Jordania, y se internó en la ciudad de Nablus, la primera parada de su visita a Palestina. Apenas puso un pie, una explosión derrumbó un edificio cerca de él.
Era septiembre de 2024 y se conmemoraba la Segunda Intifada, la trágica lucha entre colonos árabes y el ejército israelí, que tuvo lugar en el año 2000.
“Acababa de ocurrir un atentado justo en ese momento”, recuerda Hernández Arreola. “Entonces, Jericó estaba blindada completamente de policías y el ejército israelí. No pudimos avanzar, estuvimos varados durante todo un día”.
Un primer viaje en 2018 le abrió los ojos de la situación en los campamentos de refugiados: familias sin comida, sin trabajo y sin sanidad, cobijadas apenas por lonas viejas. Vio llorar a las madres y vio llorar a los niños. Y, en ese ambiente, lo sorprendió el talante del pueblo palestino, capaz de cantar, bailar y leer poesía en medio de la soledad y los escombros.
“Esto particularmente me llamó la atención y me hizo regresar el año pasado, en 2024, a darle una segunda revisión a este tema, enfocado específicamente en la poesía”, dice el escritor. Se preguntaba si la poesía era un mero escape o un arma de resistencia, un instrumento del que asirse para esperar el día del triunfo, aunque esa posibilidad fuese inexistente. Sin embargo, ¿qué sentido tiene resistir si no es por la esperanza de un cambio?
“Gran parte de lo que he venido generando abre un expediente documental para teatro; pero, en esta ocasión, abro una vertiente hacia la poesía”, explica Ángel Hernández. “Es una relación cercana con poetas que habían resistido procesos de privación de la libertad sin conocer ningún tipo de condición humana ni relacionada con los derechos humanos”.
Para cumplir su propósito, Ángel se acomodó en la ciudad de Nablus, dónde tendría la seguridad y los servicios necesarios. A poca distancia se hallaban los campamentos de Jenin y Tulkarem, conocidos por alojar a más de 38 mil palestinos expulsados de su hogar. En ambos lugares son frecuentes las incursiones militares sin mostrar viso alguno de respeto a los palestinos (abren sus tiendas aunque haya mujeres desnudas o personas enfermas en el interior). Los chicos de 11 y 12 años, que deambulan por el asentamiento, los repelen a pedradas; los soldados israelíes, en cambio, les responden a balazos. “Cada mes mueren de tres a cuatro niños”, dice Ángel. De ahí la necesidad de residir en la ciudad de Nablus para trabajar, donde los asaltos son escasos. Sin embargo, también aquí, en días recientes, han iniciado ataques con explosivos sin mediar motivo, como ocurrió en las primeras agresiones en Gaza.
A los poetas palestinos les resultaba imperativo fijar sus impresiones en verso, cantar el desarraigo o la ilusión de volver a su tierra. Pero el gobierno israelí juzgó estos temas como incitación a la violencia y encarceló a los autores. “Considera un acto de propaganda del terrorismo cualquier escrito que esté a favor de la resistencia palestina”, asegura Ángel Hernández. Otras prohibiciones son los rituales funerarios y los duelos. En suma, los palestinos no pueden decir una frase que relacione a Israel con matanzas o desplazados, aunque sea verdad. Los que califican a este país como la única democracia de Medio Oriente evitan referirse a estos delitos de imprenta, que son, en esencia, prácticas autoritarias.
Esta situación, lógicamente, condenó a muchos escritores a prisión, donde pasaban de cinco a diez años; a veces, más. No se les permitía leer, escribir, ni recibir visitas. Raras veces vieron la luz -por el estricto aislamiento- y eso los llevó a perder la noción del tiempo. Ángel Hernández escuchó diversos testimonios sobre el trato a estos reclusos, el peor de los cuales era negarles la comida. “Luego de un determinado tiempo les ofrecían a 30 prisioneros una manzana para que la comieran entre todos”. Estas historias motivaron al dramaturgo a trabajar con los poetas que habían sido excarcelados, pues encarnaban, en medio de la desgracia, un atisbo de libertad.
Ángel constató que el conflicto se cebaba en las madres y los hijos más que en los milicianos. Nunca, desde el inicio del proyecto, pretendió justificar al bando palestino o israelí por los crímenes cometidos. “Desde luego”, afirma, “condenamos la muerte de cualquier persona inocente. No estamos tratando de darle ningún privilegio a ninguna de las líneas de combate”. Esta declaración de principios no cancelaba la simpatía por el drama que recorre los territorios ocupados de Palestina, cargados de huérfanos, viudas y pobres. ¿No se refería a eso Antonio Machado cuando decía buscar lo “elemental humano”, y no lo religioso, en el libro del Génesis? En efecto, no hay nada más elemental que el deseo de libertad, hoy negado a millones de palestinos por un ejército invasor. “Nuestro proyecto estuvo relacionado con la posibilidad de que esos poetas pudieran reescribir lo que estuvieron generando internamente y que no podían plasmar (durante su encierro)” sostiene Ángel. “De tal suerte que mi estancia en Nablus me permitió abrir una suerte de diálogo con diferentes artistas, específicamente poetas, trabajadores de la palabra”.
Entre los palestinos circulaba entonces la obra de Mahmud Darwish, su poeta mayor. El gobierno israelí no podía impedirlo porque se había publicado antes de la prohibición. Estos poemas impresionaron en los campos de refugiados y zonas de conflicto; Darwish, sin proponérselo, se convirtió en símbolo de la resistencia en Gaza y Cisjordania. Demostraba, también, que la gente estaba ansiosa de formas poéticas a pesar del dolor o quizás, precisamente, por él. Fue entonces que Ángel Hernández ideó el proyecto de publicar fanzines y llevarlos a los desplazados.
“Tuvimos la suerte de que una familia, dedicada a la impresión de documentos, nos auspiciara el proyecto, y de forma clandestina se estuvieran imprimiendo los fanzines para ser distribuidos en los campos”. Ángel Hernández se acercó a los poetas Abu-Hijilhe, Sami Al-Kilani y Ghassan Zaqtan y les propuso escribir los poemas o las ideas que no pudieron hacer en prisión. Desde luego, actuaron en silencio, con gran discreción, ya que podían alertar a los vigías israelíes.
El siguiente paso fue darle un nombre, y este apareció ante sus ojos al atravesar la ciudad de Tubas: Al Fara, la cárcel de los poetas palestinos. Ya no se relacionaría con la prohibición sino con las palabras. El mexicano preparó tres ediciones del fanzine, con un tiraje de 150 ejemplares, para ser repartidos entre los refugiados; estos, a su vez, los prestarían más adelante. Se decidió también que cada edición fuera monográfica.
“Quisimos dedicar uno a las infancias”, relata Ángel Hernández. “Nos parece muy importante apoyar esa parte. Otro se dedicó a la lucha armada palestina, sobre todo a las intifadas, que fueron dos procesos de resistencia en donde el pueblo Palestino acudió a las piedras para poder defenderse de los tanques, las metralletas y el armamento de alto impacto de Israel”.
“Y el tercero está en relación con los ataques de los que han sido víctimas y de los que siguen siendo los campos de refugiados Yenín, Tulkarem y Tubas”.
De acuerdo con el investigador, esta no es una poesía escrita únicamente para palestinos o árabes: es universal, pues habla de lucha, soledad, muerte y esperanza; interroga el sentido de la vida, igual que la literatura francesa, china o mexicana. Por tal motivo, Ángel publicará una traducción de las tres revistas en un solo ejemplar y lo presentará en la Fiesta del Libro y la Rosa, que organiza la UNAM del 25 al 27 de abril.
“Cuando me dicen ´Fuiste a promover la poesía ́, digo ‘No, yo no fui a promover la poesía’”, rechaza el dramaturgo. “La poesía palestina está perfectamente promovida. Yo lo que hice fue visibilizar, recuperar algunos textos que habían quedado perdidos en la memoria de la gente que no pudo escribirlos”.
Tal vez esta noche otra familia árabe abandone la Ribera Occidental, forzada por las tropas israelíes. Parece que quisieran borrar hasta la última huella de los palestinos. Pero es imposible: no cesan de editarse los libros de Darwish, Zaqtan y Al-Kilani; están presentes ahora mismo. Y un dramaturgo mexicano ayuda en esta labor.
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Desde el 7 de octubre de 2023, cuando Hamas y otros grupos armados palestinos perpetraron un ataque mortal contra Israel, las fuerzas israelíes han lanzado incesantes bombardeos desde aire, tierra y el mar, además de imponer un asedio total a Gaza. Desde octubre de 2023, más de 44.000 palestinos han muerto, aproximadamente el 70 por ciento de los cuales son mujeres y niños. Se estima que otras 10.000 personas están desaparecidas o enterradas bajo los escombros de los edificios. Israel ha atacado y destruido objetos civiles protegidos por el derecho internacional humanitario (DIH), acción considerada ampliamente como un castigo colectivo. Más del 70 por ciento de la infraestructura civil en toda la Franja de Gaza ha sido destruida (Centro Global para la Responsabilidad de Proteger GCR2P, Nueva York, 1 de diciembre de 2024).
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Ángel Hernández Arreola (Tampico, 1980) es dramaturgo y director teatral. Con el proyecto Teatro para el fin del mundo, basado en la intervención escénica de espacios en ruinas por la violencia, se ha presentado en Vietnam, Camboya, Marruecos, Bosnia y Herzegovina, Japón, India, Afganistán, Kosovo, Palestina, Ucrania y Polonia.
Ha recibido el Premio Nacional de Dramaturgia Altaír Tejeda de Tamez 2011, el Premio Nacional de Dramaturgia 2012 Víctor Hugo Rascón Banda, el Premio del Público y el Jurado en el Festival Alemán Heidelberger Stuckemarkt, en 2015, el Premio Bellas Artes Baja California de Dramaturgia 2022 Luisa Josefina Hernández, y el Premio Bellas Artes de Obra de Teatro para Niñas, Niños y Jóvenes, Perla Szuchmacher, 2023.l