La aventura de vivir: habitar el ahora para conectar con nuestro ser   

Colima, Col,(03-01-2025).- Había una vez una Rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello. Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad. Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl. Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica. Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían. Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena Rana, que parecía Pollo.

La rana que quería ser una rana auténtica,

de Augusto Monterroso

La brevedad de una fábula, como la de la Rana de Augusto Monterroso, encierra una interesante moraleja. A través de la vida de una rana que en su anhelo por ser reconocida y admirada se pierde en los reflejos ajenos, nos insta a meditar sobre cómo a menudo olvidamos la serenidad de nuestra propia existencia al buscar la aprobación de los demás. ¿Cuántas veces nos alejamos de nuestra esencia, navegando en un mar de expectativas externas, olvidando que el simple hecho de vivir ya es ganancia?

En un mundo que nos empuja a ser más, a lograr más y a tener más, pareciera que olvidar nuestra propia naturaleza se ha convertido en la norma. Al igual que la rana, muchas veces nos sentimos en un callejón sin salida, en la búsqueda de validación externa, perdiendo de vista que la auténtica plenitud no se encuentra en el reconocimiento de los demás, sino en la capacidad de valorar y habitar nuestro propio ser. El inicio de un nuevo año, aun cuando sea un acto simbólico o una convención social de volver a comenzar, nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre nuestro estar en la vida: ¿y si en lugar de añadir exigencias, simplemente nos permitimos ser?

Un nuevo año suele venir cargado de metas: bajar de peso, ser más productivos, alcanzar el éxito (como sea que esto se entienda, o lo entiendan las demás personas), lograr todo lo que el año pasado se quedó a medias. ¿Y si este año empezamos con algo distinto? En lugar de agregar más exigencias a nuestras vidas, podríamos elegir un camino diferente: uno en el que cuidemos de nosotros mismos, valoremos las pequeñas alegrías cotidianas y aprendamos a vivir con menos presión.

Metas exigentes: ¿hacia dónde nos llevan?

A veces, parece que estamos atrapados en una carrera interminable: más metas, más logros, más pendientes por tachar. Es como si el valor de nuestra vida se midiera por lo ocupados que podemos estar. Pero, ¿qué pasa cuando el ruido del “hacer constante” nos desconecta de lo que realmente importa? ¿Te ha pasado que olvidas lo esencial por resolver lo urgente?

El «hacer por hacer» es un ciclo que nos vacía. En esa prisa, pasamos por alto el presente, las pequeñas alegrías y esas pausas que tanto necesitamos para recargarnos. La buena noticia es que no necesitamos grandes revoluciones para cambiarlo. A veces, lo más simple tiene el poder de transformarnos: caminar sin rumbo fijo, disfrutar una comida sin distracciones o simplemente detenernos a tomar un respiro profundo.

Este año podríamos probar algo distinto: menos prisa, más presencia. Menos listas interminables y más momentos para simplemente ser. Tal vez, en lugar de enfocarnos en todo lo que debemos lograr, podríamos elegir propósitos que nos conecten con lo que realmente importa: descansar, decir “no” sin culpa, reconectar con quienes amamos o simplemente aprender a disfrutar el ahora. Porque a veces, el destino más valioso es redescubrir la riqueza de nuestra propia vida.

La trampa del «estar siempre ocupados»

Hoy, estar ocupado parece haberse convertido en el nuevo éxito. Tener la agenda llena es casi un distintivo de importancia, pero también un excelente distractor de lo que es realmente valioso. Ese ritmo acelerado, donde apenas hay espacio para respirar, muchas veces nos lleva a un agotamiento que disfrazamos de “productividad”.

¿Y qué pasa cuando llega un momento libre? Para algunos, ese silencio resulta incómodo, como si la pausa fuera un recordatorio de todo lo que está pendiente o de todo lo que no queremos enfrentar. Pero, ¿y si la pausa no fuera un enemigo? ¿Y si, en cambio, la tomamos como un regalo necesario?

La clave está en encontrar espacios pequeños, pero significativos, para detenernos y reconectar. Tal vez una caminata bajo los árboles, un respiro consciente a media mañana o simplemente disfrutar de una comida sin pantallas ni prisa. Esos momentos, aunque breves, tienen el poder de recordarnos que estar presentes es suficiente. Este año, podríamos desafiar la trampa del “estar siempre ocupados” y elegir, en cambio, la paz de simplemente habitar el ahora.

El autoabandono disfrazado de autosuficiencia

“No necesito a nadie” es una frase que a menudo escuchamos o incluso repetimos en silencio. Suena a fuerza, a independencia, pero muchas veces esconde una muralla levantada contra el dolor o la desilusión. Sin embargo, esa muralla también puede alejarnos de nuestras propias necesidades emocionales, dejándonos atrapados en un espacio donde el peso de todo lo que sentimos parece ser sólo nuestro.

Los humanos somos, por naturaleza, seres de conexión. Necesitamos del contacto, del apoyo mutuo, y eso no es una debilidad; es lo que nos hace humanos. El sentido de comunidad se construye en esos actos de reciprocidad: en saber que puedo ofrecer mi mano a otros y, cuando lo necesite, también encontraré manos dispuestas a sostenerme. Estas redes, tejidas con empatía y cuidado, son las que nos ayudan a transitar los días difíciles y a recuperar el equilibrio en los momentos de adversidad.

El autocuidado emocional es tan esencial como el físico. No se trata sólo de buscar momentos de calma, sino de cultivar un espacio interno donde nuestras emociones puedan expresarse y ser aceptadas. También implica algo más: reconocer que no estamos solos. Pedir ayuda no es una señal de debilidad, sino un acto de valentía y confianza en los lazos que hemos construido. Este año podríamos abrazar nuestra vulnerabilidad y recordar que ser fuertes también significa abrirnos al acompañamiento y al apoyo de quienes están a nuestro alrededor.

Hacia un cambio necesario

Las metas exigentes, el estar constantemente ocupados y el autoabandono son reflejos de una sociedad que valora, cada vez más, el hacer sobre el ser. Estas dinámicas, aunque comunes, nos desconectan de lo que realmente importa: nuestro bienestar, nuestras relaciones y nuestra conexión con la vida. Reconocer estas problemáticas es el primer paso hacia un cambio profundo, pero la verdadera transformación radica en preguntarnos: ¿qué podemos hacer para vivir de manera más plena y equilibrada?

La respuesta no está en soluciones complejas ni en grandes revoluciones personales, sino en pequeños ajustes que nos permitan volver a lo esencial. Se trata de encontrar momentos para reconectar con nuestro entorno, con la naturaleza, cultivar nuestras relaciones y cuidar de nosotros mismos con intención. A continuación te comparto algunas prácticas que pueden enriquecer la aventura de vivir.

El valor de la naturaleza: reconectar para sanar

En un mundo saturado de pantallas, donde el trabajo, las redes sociales y las notificaciones parecen dominar cada momento, es fácil perderse en el torbellino de la rutina. Esa desconexión, que empieza con lo externo, pronto se convierte en una distancia de nosotros mismos. Pero a veces la solución está más cerca de lo que imaginamos, en el susurro de un jardín arbolado, en la caricia del viento en la playa, o en el murmullo de las hojas secas bajo nuestros pies.

El contacto con la naturaleza es un acto de reconexión, un regreso al equilibrio que tantas veces olvidamos en la prisa diaria. Caminar entre árboles, sentir el sol sobre la piel o escuchar el canto de los pájaros no solo calma la mente, sino que también nos recuerda que somos parte de algo más grande. Richard Louv, en su libro Los últimos niños en el bosque, nos habla de cómo esta desconexión de la naturaleza tiene consecuencias profundas para nuestra salud mental y física. Recuperar ese vínculo no es solo un acto de autocuidado, es también un camino hacia la plenitud.

Incorporar la naturaleza en nuestra vida cotidiana no requiere grandes cambios, solo intención y un poco de tiempo. Caminar por un parque con los sentidos abiertos, sintiendo cada textura, cada sonido o cada olor, puede ser un acto transformador. Practicar baños de bosque, una invitación a sumergirse en el entorno natural con todos los sentidos, es otra forma de reconectar con lo esencial. Incluso algo tan simple como cuidar plantas en casa o cultivar un pequeño jardín puede recordarnos el ciclo vital del que formamos parte.

La naturaleza no solo alivia el estrés, también nos devuelve al presente. En medio del caos diario, esos momentos al aire libre se convierten en refugios de calma, en pausas que nos permiten respirar y redescubrir la belleza en lo simple. Este año, tal vez la mejor resolución sea escuchar el llamado de la naturaleza y permitirnos ser parte de su ritmo sereno y reparador.

Alimentar nuestras relaciones

En la velocidad de nuestra vida diaria, las relaciones pueden volverse algo que damos por sentado, como si siempre fueran a estar ahí, esperando por nosotros. Sin embargo, los lazos significativos no crecen solos; requieren cuidado, intención y tiempo. Y a menudo, es cuando esos lazos empiezan a deshilacharse que nos damos cuenta de cuán valiosos son para nuestro bienestar.

Las relaciones humanas son una de las fuentes más poderosas de equilibrio emocional. Marian Rojas, en su libro Cómo hacer que te pasen cosas buenas, nos recuerda que rodearnos de personas que nos nutran y que nos inspiren es esencial para una vida plena. Conectar con los demás no solo nos aporta alegría, también libera oxitocina, la hormona que refuerza el vínculo y reduce el estrés. En otras palabras, cultivar nuestras relaciones no es solo un acto de amor hacia los otros, sino también hacia nosotros mismos.

Este año podríamos comprometernos a cuidar esas conexiones. No se trata de grandes gestos, sino de pequeños actos que reafirmen la importancia de quienes nos rodean. Retomar una conversación pendiente, enviar un mensaje sincero de gratitud, o simplemente estar presentes cuando compartimos un momento con alguien. Estas acciones, aunque simples, son las que llenan nuestra vida de significado y nos recuerdan que no estamos solos en este viaje. Al final, invertir en nuestras relaciones es invertir en la parte más valiosa de nuestra humanidad.

Cuidarte es un acto de amor propio

Cuidar de ti no es un acto egoísta; es una declaración de responsabilidad con tu ser. En una sociedad que a menudo glorifica la productividad por encima de todo, el autocuidado puede parecer un lujo innecesario. Pero no lo es. Es una necesidad esencial que sostiene nuestra salud física, mental y emocional. Como bien explica Marian Rojas en su libro Recupera tu mente, reconsquista tu vida, el cerebro necesita equilibrio para funcionar correctamente. Cuando descuidamos nuestro descanso, nuestras emociones o nuestros momentos de desconexión, dejamos de rendir al máximo y nos alejamos de la tranquilidad que buscamos.

Dormir bien no es solo cerrar los ojos, es darle al cerebro el tiempo que necesita para repararse. Desconectar de las pantallas no es huir del mundo, es permitir que nuestra mente respire. Practicar la gratitud no es un acto ingenuo, sino una forma de entrenar al cerebro para enfocarse en lo positivo y generar un estado de calma. Diseñar una rutina que respete tus horas de descanso, encontrar un momento en el día para reflexionar sobre aquello por lo que te sientes agradecido, o simplemente regalarte tiempo para disfrutar del silencio o de un libro, son gestos que, aunque parezcan simples, tienen el poder de transformar tu bienestar.

El autocuidado no es un lujo, es un acto valiente de priorizar lo que realmente importa: tu bienestar integral. Es una forma de escucharte, de responder a tus propias necesidades y de construir una vida en la que el equilibrio sea posible. Estar para ti es también una manera de estar para las demás personas.

Vivir ya es ganancia

La aventura de vivir no consiste en acumular logros o satisfacer expectativas ajenas, sino en habitar el presente con autenticidad y gratitud. Es en el ahora donde encontramos la oportunidad de conectar con lo esencial: nuestra esencia, nuestras emociones y nuestras relaciones. Al permitirnos estar presentes, abrazamos la vida tal como es, con sus matices, sus pausas y sus pequeñas maravillas.

Habitar el ahora es un acto de valentía en un mundo que constantemente nos empuja hacia el “después”. Es recordar que cada día, por más ordinario que parezca, guarda momentos significativos si tenemos el valor de detenernos y apreciarlos. Que este año sea una invitación para redescubrirte, cuidar de ti y nutrir las conexiones que le dan sentido a tu camino. Al final, la verdadera aventura de vivir es aprender a ser, aquí y ahora. Con vivir, ya estás ganando, y eso, en sí mismo, es suficiente.

Más información

  • Marian Rojas Estapé. (2018). Cómo hacer que te pasen cosas buenas. Espasa.
  • Marian Rojas Estapé. (2024). Recupera tu mente, reconquista tu vida. Espasa.
  • Richard Louv. (2005). Los últimos niños en el bosque. Capitán Swing.

La autora es profesora e investigadora de la Universidad de Colima. Forma parte del Sistema Nacional de Investigadores de CONAHCYT. Sus líneas de investigación son: procesos y prácticas educativas, educación e intervención en contextos comunitarios y desarrollo saludable.

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