Un día más…un día menos
Por Rafael Espinoza Olague /// Cath Zúñiga
Río Grande, Zac (11-06-2020).- Nací en el seno de una familia de raíces católicas profundas; desde niño me enseñaron, entre muchas otras cosas como a todo católico, a tener como propósito de vida el servicio al prójimo. La vida y mi vocación, el estudio del derecho, me hicieron juzgador. Desde 2005 soy juez.
Cuando la cuarentena alcanzó al Poder Judicial del estado, en el juzgado que atiendo se encontraban alrededor de 500 casos activos, que junto con los que se hayan acumulado reactivamos de manera plena luego de que regresamos a la llamada nueva normalidad.
Todos esos casos son importantes, pues para quienes se ven involucrados en un juicio, su asunto es el más relevante.
En el juzgado mixto del que soy responsable, que se ubica en el Distrito Judicial de Río Grande, tengo casos que van desde resolver la corrección de un nombre o apellido en un acta de nacimiento, hasta graves conflictos de índole familiar y patrimonial.
Los casos que sin duda son los más dolorosos y desgastantes son aquellos en los que se ven involucrados los niños, especialmente aquellos en los que las relaciones familiares se encuentran corrompidas y muchas veces infectadas por emociones nocivas.
Cuando se trata de niños, una regla ahora ya muy conocida, es que siempre debe actuarse atendiendo a su superior interés, aunque en algunas situaciones resultan muy lastimados por el encono que sus familiares se profesan.
La principal labor de un juez es asegurarse que la voluntad del pueblo, expresada a través de las leyes (en amplio sentido) y la Constitución, se cumpla; acatar la voluntad de la ley, que es la del pueblo, significa desterrar la impunidad y tiene como consecuencia el resarcimiento del tejido social roto a causa del conflicto o del incumplimiento de la ley.
A veces, los jueces deciden sobre la libertad de las personas, sobre su patrimonio, o inciden en la manera en que deben desarrollarse diferentes relaciones familiares.
El jurista Francesco Carnelutti en su libro Cómo se hace un proceso, expuso que la litis es una situación peligrosa para el orden social, que la discordia es el bacilo en el conflicto de intereses y que el proceso fue creado para ser su remedio; entonces, la importancia de resolver el conflicto que pueda surgir entre las personas resulta vital y es una de los derechos constitucionales más caros: el derecho a una justicia completa.
Así es el ejercicio cotidiano de juzgar. Los problemas ahí están y alguien debe resolverlos.
Para los jueces, además del conocimiento que deben tener de las leyes, la jurisprudencia y la doctrina, y de poseer acendrados hábitos de estudio y trabajo, es el conocimiento profundo del caso y el contacto directo con las personas durante el proceso lo que ayuda a mejor resolver los asuntos.
El juicio es muchas veces una fotografía difusa, que poco a poco se va aclarando y en el que a los protagonistas, se les van cayendo las máscaras, según los argumentos de los involucrados.
En mi caso, aprendí de maestros excepcionales, de esos que únicamente se pueden encontrar en la práctica, me enseñaron con su testimonio de vida y con su profundo conocimiento del derecho, que además de conocer el caso, la ley y los principios del derecho, todo juez debe ser cercano a las personas, a su entorno, a escucharlas, a estar atento a sus dichos y por qué no, a su historia. Ese elemento es primordial al momento de resolver un caso.
Si, también hay momentos en los que te enfrentas a asuntos muy confusos, que revisas y revisas y las salidas parecen ser muchas o a veces hasta inexistentes, al menos a primera, segunda o una tercera vista, pues la excelencia de los argumentos de los abogados, lo difícil del caso en sí mismo y las deterioradas relaciones personales de los contendientes dificultan de manera considerable la resolución del asunto; es una obligación constitucional del juez resolver el caso con los más altos estándares técnicos y humanos.
Independencia, imparcialidad, objetividad, profesionalismo, excelencia son algunas de las cualidades que exige el Poder Judicial del estado de Zacatecas a sus integrantes, incluidos los jueces.
¿Un juez puede equivocarse?
Claro que sí, somos humanos, y por tanto, falibles. Y eso, el sistema judicial lo sabe. Se construye, basado en ése factor humano de la posibilidad latente del error. Por eso una vez que un juez resuelve, si alguno de lo involucrados en el juicio está inconforme, se puede ir a segunda instancia, a tribunales colegiados de Circuito o hasta la Suprema Corte de Justicia de la Nación si el caso lo amerita.
Quienes resuelven las impugnaciones a las decisiones de los jueces, son personas con un conocimiento muy profundo del derecho, de la vida y del sistema; la experiencia y el compromiso son la forja que les permite revisar los asuntos con una óptica aún más depurada, los magistrados que integran al Tribunal Superior de Justicia.
Como jueces, sabidos estamos que un error o descuido graves puede llegar a costarnos incluso la libertad; son los riesgos que se corren, pero se asumen, porque antes que el miedo a hacer las cosas prevalece la obligación y el orgullo de cumplir con la protesta legal que se formula al asumir el cargo: cumplir y hacer cumplir la Constitución.
Un juez no puede cumplir cabalmente y con eficiencia sus obligaciones sin las muestras de solidaridad y responsabilidad de los secretarios (auxiliares, de acuerdos, proyectistas, de estudio y cuenta, notificadores, actuarios), intendentes y personal administrativo. Ellos son nuestro sostén. Sin ellos, el poder judicial caería en coma profundo; en esta contingencia, la importancia de todo el personal del Poder Judicial se hizo ostensible.
Las personas son quienes dan vida a los tribunales, pero más en concreto, los abogados y los justiciables. Ellos son los que llevan su caso a los juzgados y activan los procesos con sus promociones y peticiones.
Para la mayoría de los abogados, la pandemia ha significado un durísimo golpe para sus finanzas por doble partida: por clientes que resienten también una disminución en sus recursos y por tribunales que deben obedecer las pautas nacionales señaladas para la contingencia.
Con la pandemia, la dinámica del Poder Judicial de Zacatecas se ha visto afectada, como ocurre en México y el mundo, pero es propósito de los magistrados, jueces y de todo el personal evitar que los cuidados que la nueva normalidad impone signifiquen un distanciamiento con la sociedad, por el contrario, es justo ahora cuando resulta más necesaria una cercanía inteligente, efectiva y completa.
El coronavirus ha mostrado que el sistema jurídico debe adaptarse y ser lo suficientemente dúctil y eficaz como para funcionar en entornos tan extremos como el pandémico.
La vacuna contra el coronavirus para la justicia civil y familiar ya tiene nombre: Código Nacional de Procedimientos Civiles y Familiares, pero falta que el poder legislativo federal haga uso de sus atribuciones; la legislatura del estado de Zacatecas, por disposición constitucional, ya no puede siquiera modificar el Código de Procedimientos Civiles de Zacatecas.
…Cambio mundial
El tiempo hizo evidente que el coronavirus cimbraría las bases de la sociedad moderna en sus aspectos políticos, económicos y sociales: cada solución puesta en marcha por los distintos gobiernos del mundo ha tenido diferentes consecuencias para su pueblo y para el mundo.
Uno de los principales peligros de la pandemia es que el ser humano se repliegue sobre sí mismo y deje de sentir conmiseración (Rousseau) y empatía por el otro, cuando una de las lecciones más evidentes es que tanto el campesino indígena como el primer ministro británico son, por igual, quebradizos ante el virus, mostrando que la humanidad que comparten es causa común de fragilidad y al mismo tiempo de fortaleza: aquella, deviene de razones biológicas y como regla general nadie es indemne; esta, deviene de razones antropológicas pues el comportamiento socialmente responsable es el que hará la diferencia.
Algunos gobiernos han sometido a su pueblo a duras medidas, justificándolas con el argumento de que el valor de la vida es el elemento esencial que posibilita la existencia de cualquier derecho; otros gobiernos optaron por no instrumentar medidas severas para el pueblo, justificándolo con el argumento de que la economía y la libertad son valores preponderantes, que correctamente ejercidos bastan para atenuar las consecuencias del coronavirus; y, como siempre, otros gobiernos tomaron posturas eclécticas o intermedias entre los dos extremos, con justificaciones variopintas.
Pero la hecatombe ocurrió y toda certeza, toda lógica y todo axioma, palidecieron.
Los sistemas de salud más robustos se vieron colapsados e insuficientes ante las oleadas de enfermos; los sistemas políticos más añejos y sólidos fueron increpados por su pueblo en maneras nunca atestiguadas; la economía de los países más avanzados se convulsionó.
Y así transcurren los días entre reflexiones, trabajo y clases a distancia, tareas de los niños, una vida familiar nunca vivida, revisión de tesis, lecturas abandonadas y con la auténtica añoranza de volver a la antigua normalidad laboral en la que el acercamiento personal da sentido al derecho.
Un día más de vida, y un día menos de vida; un día más de encierro, un día menos para la terminación del mismo; un día más para hacer lo correcto, un día más perdido por no hacer lo correcto; un día más para agradecer lo bueno, un día menos para disfrutar de las bendiciones de la vida.
Como dice el más grande afecto que tengo en mi vida: un día más, un día menos.
Mientras tanto hoy en Zacatecas y en el País hay muchos hombres, mujeres, familias, niños, niñas viven con hambre y sed de justicia. Nosotros tenemos el deber de saciar ésa sed. La responsabilidad, como se advierte, es inconmensurable.