Numeralia de la Cuarentena (O dilo con números)
Por María Dolores Bolívar/// Ilustración Cath Zúñiga
Dicen que los años nones son años de dones
Y que los años pares son años de males
(de la sabiduría popular)
¿Será que los años bisiestos, 2016, 2020, traen consigo 24 horas adicionales de males?
Observo la cincuentena de Gavin Newsom (gobernador de California, el estado donde resido en diáspora). Aun si lo normal -enseñar, dar consulta o calificar- se sambutió en la reVIRTUAlidad, lo asimilo ya como mi nueva rutina.
Desde el 13 de marzo (para mí) todo fluye (o se estanca), en algún rincón de cuarto o sala, en donde solo cambia “el escenario”, “encuadre” o “telón de fondo”.
Supongo que todos llevamos recorridas las poquísimas alternativas -calentón, librero desordenado, o regadero familiar-. Acá, la elección recayó en la puerta de un clóset, disimulada con rebozo de artisela, azul marino, que cae desde el tope hasta el suelo, con poder difuminador. El punto, al lado izquierdo de ventana, lleva en su luminosidad, también, su desventaja… Es imposible regular el sol, el viento, la lluvia, las sirenas de las ambulancias, los cantos enloquecidos de las gaviotas y el ruido ensordecedor de los espanta hojas, que los jardineros del lunes hacen competir con mi voz, a la hora de mi primera clase.
Tener trabajo y cobertura de salud, dadas las actuales circunstancias, constituye un golpe de suerte. Vayan algunas cifras de mi diario confinamiento que ya suma 1248 horas.
El gasto y las economías.
He sorbido 152 cafés (a razón de tres por día), lo que representa entre 273 y 819 dólares que no dilapidé en un Starbucks. Si en lugar de bebérmelo, hubiese vendido las cinco tazas de café que preparo en mi cafetera, al precio-taza vigente, hubiera ganado 1365 dólares. El doble si agregaba el cuernito o el pan de limón que abono a mi costoso trajín cafetero.
Va un mínimo gasto ahorrado de 624 dólares por comida fuera de casa. Llevo economizados 420 dólares de gasolina, de a tanque por semana. Entre las cantidades de comida o bebidas ingeridas, mencionaré 100 huevos estrellados, 90 tazas de arroz, 100 garrafones de agua (1500 vasos de agua), 180 rebanadas de pan, 140 papas, 30 tazas de frijol, 2 tazas de lentejas, 15 paquetes de pastas, 10 latas de atún, 27 pechugas de pollo, 170 rebanadas de jamón, 170 rebanadas de queso y 7 cajas de a doce Lagunitas (84 Lagunitas).
¿Mitigar la ansiedad? Me he servido 400 tazas humeantes de doce infusiones distintas, que incluyen canela, manzanilla, tila, ruibarbo, cola de caballo, boldo, jengibre, valeriana, cabellos de elote, menta, romero, té verde y té blanco.
También ha habido ahorro considerable del papel de baño, escaso, sin explicación.
Vuelta al día en 37 rondas de 264 pasos.
Recorrer mi departamento toma 12 pasos a lo ancho, por 22 a lo largo, o un periplo imaginario de 264 pasos por ronda. Tendría que dar la vuelta a mi departamento 37 veces al día, para cumplir con el mínimo aconsejable de 10 mil pasos. Eso sin toparme con mi hija que debiere realizar la misma tarea y mantener una distancia de 6 pies (1.86m) conmigo.
Mi oficina casera consiste en un espacio de 4 por 3 pies (91 cm por 1m), extendidos entre una pared y la puerta del closet. Ahí concurren mis alumnos, contertulios, familiares, virtud de Zoom, Facebook, Facetime, Messanger y cuatro países repartidos en dos continentes y siete estados que incluyen Indiana, New Jersey, New York, Illinois, California, Arizona, Texas. También se activan un teléfono inteligente, una computadora de escritorio, una tableta, dos memorias teragigabíticas, dos tripiés, tres cargadores, un regulador de electricidad, mi servicio de cable, mis contratos vigentes de luz eléctrica, de arrendamiento, y una Alexa (no tan inteligente) que habla cuando quiere y elige la música que le da la gana, si la dejo.
Llevo tomadas, 2000 fotografías desde puerta, ventanas, terraza y exteriores.
He subido 150 posts repartidos en Instagram, Twitter y Facebook. He leído y respondido 900 emails. Estoy ya en las 48 mil palabras escritas. 48 mil palabras pronunciadas por lo menos en tandas de a 300 por hora-clase.
Pausa lava manos.
8 de los cincuenta y dos días transcurridos llevo jugando UPWORDS, el juego con que he sustituido a SCRABBLE.
¿Netflix? Vi Velvet, Anne with an E, Grand Hotel, Self Made, 90 Day Fiancee, Before the 90 Days y caí en los inframundos de Made in México y Palazuelos mi rey, antes de reducirme a las películas, La casa de mi padre, It´s a disaster, A Little Chaos… ¿Noticias y cómicos por cable? De a dos o tres horas por día. Recorro, también, el breviario de España (a las 2 de la madrugada), la mañanera de Andrés Manuel López Obrador (remedio oportunista para desganados), y los reportes del “Task Force” o los monólogos priápicos de Donald Trump, desde La Casa Blanca.
Empezamos a preguntarnos si tan pobre oferta televisiva no antecede ya a la realidad virtual definitiva, donde el concepto de tiempo y espacio no volverán a lo de hace 52 días. Como si en lugar de recluirnos en casa, nos hubiésemos teletransportado a un mundo alterno, en un viaje sin retorno.
¿Lo adivinas? De noche leo a Edgar Allan Poe y a Bradbury y Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino. Unas semanas antes de la pandemia, inicié un taller literario que sigue, viento en popa, y donde comparto escritos de ficción y minificción con el escritor valenciano Marcos Neroy, la escritora mexicana Martha Cerda y mis contertulios locales, el escritor y profesor de literatura José Mario Martín Flores y los alumnos del posgrado María Núñez y Michael González. Escribir y leer, como en otras épocas difíciles, son talismán, prisma, Aleph. Nada tendría sentido sin esas terapias sanadoras de papel y tinta.
¿La familia? Tengo dos hijos amorosos y un nieto repartidos en dos domicilios unidos por Echo, nuestro sistema de comunicación virtual, y nuestros respectivos teléfonos celulares.
¿Las manos de tocar, sentir, reconocer y vibrar el mundo real? Desde que inició el recogimiento, me las lavo 64 veces al día, con jabón antiséptico, por 44 segundos. Esta labor lavandera suma 47 minutos, por un total de 40 horas (hoy es el día número 52). Supe (vía CNN) que durante abril murió una persona cada 44 segundos en Estados Unidos (66 mil 075). La coincidencia angustiosa de saber que en lo que yo me lavo las manos, recitando el segundo soliloquio de Segismundo en La vida es sueño, un paciente muere de COVID en suelo estadounidense, es estremecedora.
Malas noticias.
Pasarán décadas antes de que podamos olvidar esta pandemia con su encierro y sus dolores. No todo es reto espacial, también ha habido lágrimas. Mi hija nos dio un buen susto, con fiebres altísimas de 104 grados que la llevaron al hospital, el 25 de marzo, por una inexplicable meningitis viral de la que se repuso, ahora sé que milagrosamente.
El humor sirve para sobrellevar las horas, quien lo duda, pero convive con la depresión, la ansiedad y el río revuelto del futuro que nos arrastrará, acto seguido, con sus ya 33 millones de desempleados oficiales (¡uf!).
Cuanto ocurre en el mundo laboral se reflejará en recortes a la cultura y a la educación, ya lo sabemos, así que cierro con algo de optimismo… Me congratulo de vivir en California, estado en donde las medidas de aislamiento permiten vislumbrar una luz, por más que tenue, al final del túnel.
Pero no sé si firmar Revirtual sumisa, Viral Remisa o Redomada (a secas).
2 de mayo, de 2020.