El valor de estar presentes: recuperando el Acompañamiento en una sociedad desconectada
Por Mireya Sarahí Abarca Cedeño-Genaro Eduardo Zenteno Bórquez
Colima,(29-11-2024)
– Busco amigos. ¿Qué significa «domesticar»? -volvió a preguntar el principito.
– Es una cosa ya olvidada -respondió el zorro-, significa «crear vínculos».
– ¿Crear vínculos? -preguntó el principito.
– Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú para mí, no eres más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí. No soy para ti más que un zorro parecido a cien mil zorros. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo…
El principito (fragmento). Antoine de Saint-Exupéry
¿Qué significado tiene “crear vínculos” en un mundo donde las relaciones se diluyen entre pantallas de todo tipo y el vértigo de la prisa diaria? El acto de crear vínculos parece haberse convertido en algo extraordinario, casi olvidado. Como nos enseña el zorro en El principito, formar lazos auténticos no sólo nos da un sentido de pertenencia, sino que nos transforma y nos hace únicos para alguien más. Sin embargo, cada vez es más común escuchar historias de soledad disfrazada de autosuficiencia o de vidas rodeadas de personas… pero vacías de conexión real. Estas experiencias nos invitan a reflexionar sobre el concepto central de este texto: el acompañamiento no es tan solo estar presentes físicamente, sino cultivar una relación que nutra y que sostenga. Los casos de Juan y Sofía, que conoceremos a continuación, ilustran esta necesidad urgente para invitarnos a poner sobre la mesa la importancia de acompañarnos de verdad.
Juan tiene 17 años y, desde hace meses, siente que algo no está bien. Cuando llega a casa después de la escuela, se encierra en su cuarto y pasa horas navegando por redes sociales o videojuegos. Aunque tiene cientos de «amigos» en línea, ninguno parece estar realmente ahí cuando necesita hablar. Ha intentado abrirse con algunos compañeros, pero siente que las conversaciones son superficiales y teme ser juzgado. En las reuniones familiares, las pocas veces que se dan, todos están demasiado ocupados con sus propios teléfonos o mirando la televisión.
Una tarde, después de un día especialmente difícil en el que recibió malas calificaciones y discutió con un amigo, quiso hablar con alguien, pero no encontró a nadie disponible. Esa noche, mientras miraba el techo de su habitación, pensó: «Estoy rodeado de personas, pero me siento completamente solo». Este sentimiento, que lo acompaña cada vez con más frecuencia, le ha hecho preguntarse si algo está mal con él o si es que simplemente no pertenece a esta vida.
Sofía tiene 32 años y es una mujer independiente que vive sola en una ciudad ajetreada. Siempre ha sido autosuficiente: tiene un buen trabajo, un departamento que paga con su esfuerzo y un círculo social que aparenta ser amplio en redes sociales. Sin embargo, cuando llega la noche y cierra la puerta de su hogar, un profundo silencio la envuelve. Aunque sus días están llenos de reuniones, de mensajes y de encuentros, se siente completamente desconectada.
Hace unas semanas, después de un día particularmente difícil en el trabajo, quiso llamar a alguien para desahogarse, pero dudó: «No quiero molestar a nadie, seguro están ocupados», pensó. Al final, optó por preparar una cena rápida y distraerse viendo una serie. Esa misma noche, mientras intentaba dormir, la sensación de vacío la hizo llorar en silencio. Sofía empezó a preguntarse si las conexiones que tiene son realmente significativas o si, a pesar de su independencia y de su éxito, se encuentra enfrentando una soledad que no sabe cómo llenar.
La soledad emocional, aunque a menudo silenciosa, afecta a un número creciente de jóvenes, como Juan, quienes “habitan” en un mundo donde las interacciones digitales predominan y el tiempo de calidad con otras personas disminuye. Tanto en la vida de quienes enfrentan carencias emocionales en sus círculos familiares como en la de aquellos que, como Sofía, parecen llevar una vida funcional pero cuentan con pocas conexiones significativas, el acompañamiento humano auténtico se revela como una necesidad urgente. Más allá de la presencia física, es fundamental que las personas se sientan vistas, escuchadas y valoradas para alcanzar un equilibrio emocional y un bienestar verdaderos, en una sociedad que debe, a todas luces, replantearse sus prioridades.
El acompañamiento: un concepto esencial
De las diversas acepciones que el Diccionario de la Real Academia Española recoge sobre el término “acompañamiento”, destacan aquellas que lo asocian con “gente que va acompañando a alguien”. Entre sus sinónimos encontramos palabras como: comitiva, compañía, séquito, cortejo y escolta. Sin embargo, el acompañamiento, más allá de lo lingüístico, es una necesidad vital que se ha ido perdiendo de vista en nuestras dinámicas sociales actuales.
Como sociedad, hemos olvidado lo imprescindible que resulta acompañarnos, no solamente como una práctica que contribuye a nuestra supervivencia, sino asimismo como un pilar del bienestar personal y colectivo. La falta de acompañamiento afecta nuestras relaciones, nuestro sentido de comunidad y nuestra humanidad misma.
La necesidad de acompañar desde el nacimiento hasta el final
Desde el instante en que nacemos, los seres humanos dependemos de la presencia y del cuidado de otros para sobrevivir. La crianza, por ejemplo, suele ser entendida como el suministro de recursos materiales indispensables —hogar, ropa, comida—, pero frecuentemente se olvida un aspecto esencial: el acompañamiento emocional y social.
Acompañar a un infante no es únicamente estar físicamente presente, sino también hacerlo con atención plena y apoyo decidido. Esta presencia consciente le permite desarrollar seguridad, confianza y herramientas emocionales que le serán indispensables a lo largo de toda su vida.
Lo mismo ocurre en las etapas adultas, cuando el acompañamiento cobra otras formas y dimensiones. Puede tratarse de una amiga que nos escucha en momentos de dificultad, de un mentor que guía nuestro desarrollo profesional o de una comunidad que se une para afrontar una crisis. Incluso en el fallecimiento de una persona, el acompañamiento se torna fundamental: estar con alguien en su último tramo de vida o apoyar a los dolientes es un acto de profunda humanidad.
El impacto de la desconexión en una sociedad hiperconectada
Hoy, las dinámicas sociales y tecnológicas nos presentan un desafío: aunque vivimos en un mundo hiperconectado, el contacto humano auténtico se ha reducido drásticamente. Un ejemplo cotidiano es el de las reuniones familiares en las que, aunque estén físicamente presentes, cada integrante está absorto en su teléfono móvil. Estas escenas reflejan una desconexión que va más allá de la tecnología; nos enfrentamos a una crisis de presencia.
Por otro lado, las redes sociales, aunque útiles, muchas veces nos ofrecen una falsa ilusión de compañía. Un mensaje de texto o un “me gusta” difícilmente pueden sustituir el impacto emocional de una conversación cara a cara o de un gesto genuino de apoyo, ya no digamos de un cálido abrazo. En momentos cruciales, como un duelo, confiar nada más en estos medios digitales puede llegar a ser, además de insuficiente, hasta hiriente.
Esta desconexión no es nueva. La falta de acompañamiento ha existido a lo largo de la historia, pero hoy se agrava con la velocidad del capitalismo, la exaltación del individualismo y el uso indiscriminado de tecnologías que hemos demostrado no saber manejar aún con la plena consciencia que se requiere.
El acompañamiento malentendido: los riesgos de la ausencia
Uno de los ejemplos más claros de la falta de acompañamiento se observa en la crianza mal entendida. No basta con “traer a alguien al mundo” sin ton ni son. Acompañar implica un compromiso constante para guiar a ese nuevo ser humano hacia un desarrollo humano pleno.
El acompañamiento deficiente tiene consecuencias sumamente graves. En la infancia, puede generar inseguridad, problemas de autoestima y dificultades para establecer relaciones sanas en el futuro. En la juventud, la ausencia de vínculos significativos puede llevar a conductas de alto riesgo, como el aislamiento, las adicciones o incluso la depresión.
En las esferas adultas y sociales, la falta de acompañamiento se refleja en la apatía comunitaria, en la pérdida de sentido de pertenencia así como en una disminución de la solidaridad. Esta desconexión colectiva puede ser especialmente peligrosa en momentos de crisis, en circunstancias en las que más necesitamos apoyarnos unos a otros.
El acompañamiento como eje de nuestra humanidad
A pesar de los desafíos, el acompañamiento sigue siendo un pilar esencial de nuestras vidas. Lo encontramos en las acciones cotidianas, a menudo de manera espontánea. Desde una vecina que ofrece su ayuda durante una emergencia, hasta un maestro que escucha con atención las inquietudes de un estudiante; estos actos nos recuerdan que no estamos solos.
Sin embargo, para que el acompañamiento sea efectivo, debemos actuar con plena consciencia. Estar presentes físicamente no basta; debemos estarlo emocionalmente, con empatía, con atención y con compromiso. Esto, además del beneficio individual, fortalece el tejido social, creando comunidades más generosas, resilientes y humanas.
Un llamado a la acción: el valor de cambiar nuestras perspectivas
Para recuperar y cultivar el acompañamiento, necesitamos modificar nuestras perspectivas y nuestros comportamientos. Aunque este cambio evidentemente no resulta sencillo ni tampoco inmediato, es posible lograrlo a través de pequeños gestos cotidianos.
Revalorar el tiempo compartido, dedicando momentos exclusivos a los seres queridos, libres de distracciones tecnológicas. Una comida en familia o una caminata juntos puede ser una oportunidad para reconectarse entre sí.
Es imprescindibles estar presentes en momentos cruciales: durante eventos significativos —como un duelo, un logro o alguna crisis—, dado que prioriza el contacto humano sobre las interacciones digitales. Un mensaje de texto puede ser una manera de conectar, pero jamás sustituirá un abrazo cariñoso o una mirada compasiva.
Fomentar el acompañamiento en la comunidad, participando en actividades que promuevan la solidaridad, como el voluntariado o los grupos de apoyo. Estas experiencias refuerzan los lazos sociales al cristalizar el valor de acompañarnos mutuamente.
No olvidemos tampoco la urgencia de cultivar el acompañamiento en la educación, en las escuelas; el profesorado tiene la oportunidad de modelar el acompañamiento al mostrar interés genuino por las necesidades emocionales y académicas de sus estudiantes, quienes seguramente lo valorarán y agradecerán.
La presencia como acto de amor y responsabilidad
El acompañamiento no es una tarea sobrehumana, sino un acto cotidiano que nos humaniza y nos pone en contacto con los demás. Como adultos, tenemos la responsabilidad de liderar con el ejemplo, enseñando a las nuevas generaciones la importancia de estar presentes, tanto emocional como físicamente.
Ignorar esta responsabilidad tiene consecuencias graves. El alcance de la ausencia de acompañamiento no sólo afecta a quienes nos rodean, sino que perpetúa un ciclo de desconexión y de aislamiento que debilita las mejores cualidades que ha desarrollado nuestra humanidad. Por el contrario, cuando nos comprometemos a acompañarnos, sembramos las semillas de una sociedad más unida, empática y solidaria.
Estar presentes no siempre es fácil, pero es un regalo invaluable. Es un recordatorio de que, en un mundo lleno de distracciones que compiten incesantemente para que les hagamos caso, el mayor acto de amor es ofrecer nuestra atención y nuestro tiempo. Acompañarnos es el primer paso hacia una vida más plena, tanto a nivel personal como colectivo. ¿Estamos listos para afrontar a cabalidad el reto de recuperar este valor fundamental?
– Cuando por las noches mires al cielo, al pensar que en una de aquellas estrellas estoy yo riendo, será para ti como si todas las estrellas riesen. ¡Tú tendrás estrellas que saben reir!
El principito (fragmento). Antoine de Saint-Exupéry
Más información
Arun Mansukhani. (2023). Versión Completa. Manual para crear relaciones sanas. En: https://youtu.be/wF1B0jVWhtw?si=GY2ve_NsemHuo1H0
Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación (2024). El sentido de la práctica de acompañamiento. Buen trato y alimentación perceptiva. Intervención formativa.
Gobierno de México. (2020). Importancia de las redes de apoyo social para las personas mayores.
Mireya Abarca es profesora e investigadora de la Universidad de Colima. Forma parte del Sistema Nacional de Investigadores de CONAHCYT. Sus líneas de investigación son: procesos y prácticas educativas, educación e intervención en contextos comunitarios y desarrollo saludable. Correo: [email protected]
Genaro Zenteno. Editor jubilado de la Universidad de Colima. Coordinó las labores de la revista de investigación y análisis Estudios sobre las Culturas Contemporáneas del Programa Cultura del Centro Universitario de Investigaciones Sociales (CUIS) de la misma institución de 1995 a 2023. Correo: [email protected]