La «aparente tranquilidad»
Por Yolanda Covarruvbias Guzmán/// Ilustración Cath Zúñiga
Y ¿como afronta la emergencia de la Covid-19 una persona de 58 años, diabética e hipertensa, con alto riesgo de contagio, trabajadora de Gobierno del Estado de San Luis Potosí y aparentemente con un seguro médico bueno, de un hospital que al inicio de la contingencia por la COVID-19 fue infectado, canceló sus citas médicas a la población y cerró sus puertas?
Así, pacientes como yo, a los que somos considerados como de riesgo y por lo que se nos debe dar seguimiento, por ahora no nos reciben, hasta nuevo aviso.
Quiero estar tranquila, al menos en apariencia, estoy resguardada con mi familia; un hijo de 24 años y aunque sus amigos le hablan y hablan para que salgan a la calle asegurándole que no pasa nada, él resiste y no va.
Puedo sentir su deseo de irse a ésas reuniones de amigos, que pueden ser de cinco o más personas, y aunque su negativa, provoca que se burlen de él, ha optado por permanecer aquí, en Cuarentena.
Esta Cuarentena, que apenas inicia me ha regalado una sorpresa; mi esposo, después de permanecer tooooodos los días 28 años ininterrumpidos con su negocio abierto. ¡Cerró!
Miguel es hiperactivo y sé que puede sentirse atrapado en estas paredes. Pero también esta calamidad de la emergencia sanitaria le permitió tomarse un descanso, que de no ser por éstas circunstancias y de que es diabético igual que yo, quizá nunca hubiera ocurrido.
Mi familia es pequeña, tengo dos hermanas, dos hermanos y mi madre, una señora de 89 años, «Toñita» que conserva la alegría de vivir intacta, amo verla sonreír y escucharla recordar a «Chato», el amor de su vida, mi Padre que ya nos cuida abrazado de Dios, como lo hizo en vida.
Estoy agradecida con Glorita mi hermana, y su esposo Jaime que se llevaron a su casa a mi madre. Están juntos resguardados hasta que esto pase, con sus hijos, mis sobrinos Max y Xavier, dos adolescentes. Bueno, Jaime está en Querétaro, allá trabaja y los fines de semana arriba a casa y con él llega el ritual completo de desinfección.
Mi madre y toda la familia añoramos las visitas de Luz Marina, mi hermana enfermera del ISSSTE en Zacatecas, es nuestra ángel de la guarda, que nos protege, nos regaña, nos cuida.
Hoy estamos por este SARS-CoV-2, resguardados y ella, permanece en el hospital, haciendo lo que más ama, cuidar enfermos, como lo aprendió de mi tía Margarita, quien entre muchas otras cosas le enseñó que un enfermo es un Cristo vivo que le pide cure sus heridas, y eso hace nuestra «Ina», como le decimos de cariño.
La tía Margarita, maestra de generaciones y generaciones de enfermeras en Fresnillo, hoy sabemos que como una ángel también guardián nos cuida a todos, desde el cielo, pero en especial a Ina, su amadísima sobrina- hija y ex alumna.
Ina solía venir cada semana de Zacatecas a San Luis para estar con su «Toñita», cada semana, así lo ha hecho por décadas, sin importar lluvia, la delincuencia o su propio cansancio; desde que el nuevo virus apareció, ella tuvo que alejarse para protegernos, aplicando una «sana distancia» que nos pesa a todos, pero el cariño que nos tenemos sigue intacto, fortalecido.
Mi madre en casa, prende diariamente su cirio, reza pide, a Dios por toda su familia, hijos, hijas, nietos, nietas, yernos, sobrinas… por todos. Y claro, por Ina y sus compañeras.
Esta espera no es tan tranquila, sabiendo que tengo una hermana a diario trabajando en un hospital o a un cuñado que no deja de trabajar aún en contingencia … o por los miles, millones de personas que no tienen otra opción que seguir luchando, con o sin coronavirus.
Aunque ya lo sabes Ina, aprovecho para darte las gracias por tu vida, tu entrega, tu trabajo, tu ser hermana compasiva estamos orgullosas de ti. Te amamos.
Y Yo, aquí, mientras con mis estambres, hilos, pinturas, chaquiras, libros y mi cámara fotográfica con la que capto aún en cautiverio, a pajarillos que se acercan por alimento o algunas abejas que se posan de flor en flor para con su trabajo seguir compartiéndonos la vida.
Así veo pasar el tiempo, con aparente tranquilidad.