El valor de coincidir: encuentros y voces jóvenes en lugares no previstos

Colima, Col,(25-04-2025).-A veces la vida nos reúne en sitios que no elegimos. Lugares donde el azar, o una cadena de decisiones, errores, omisiones o silencios, nos coloca junto a otras personas que tampoco imaginaban estar allí. Aun así, incluso en esos espacios inesperados, puede surgir algo profundo: una mirada que escucha, una palabra que calma, una coincidencia que transforma.

Este texto nace de voces jóvenes que conviven día a día en un mismo lugar, al que no fueron invitados, pero en el cual deben permanecer, compartiendo más que paredes, horarios y normas. Tienen edades, incertidumbres, recuerdos y deseos similares. Aunque cada uno lleva su historia, sus heridas y sus formas de ver el mundo, en la cotidianidad impuesta de la convivencia se abren caminos de comunicación que a veces no se habían vivido ni en casa, ni en la escuela, ni en la calle. Esos caminos son los que intentamos recorrer aquí.

Marc Augé los llamaría “no lugares”: espacios de tránsito donde las personas apenas se cruzan sin dejar huella unas en otras. Sin embargo, este sitio, aunque pueda parecer impersonal y reglamentado, ha sido resignificado por quienes lo habitan. Porque en este aparente anonimato, los chicos se han encontrado, y ese hallazgo los ha llevado a descubrirse también a sí mismos.

“Convivir con otros chicos de mi edad es algo fundamental, pues soy muy especial en mi forma de vivir y pensar. Dicho esto, al llegar aquí tuve conflictos con los otros compañeros, porque no llegábamos a acuerdos, pero el tiempo nos hizo acostumbrarnos. Ahora sé que a pesar de las diferencias puedo tratar de ver las cosas como la otra persona”, comparte Ghore*.

Ghore nos habla del conflicto como parte inevitable del encuentro persona a persona. Convivir no es solo acompañarse: es aprender a lidiar con las diferencias, a ver desde otro ángulo. Gastón Bachelard decía que “la intuición del instante” puede revelarnos una verdad profunda en apenas un segundo. Tal vez ese instante ha llegado para más de uno, en una conversación nocturna, en un gesto de solidaridad, en el descubrimiento de una afinidad inesperada.

Convivir, entonces, es mucho más que solo estar juntos. Es ese momento en que uno se da cuenta de que hay otro, diferente, pero no distante. El Power Ranger Negro lo expresa con claridad:

“Convivir con otras personas de mi edad significa poder hablar libremente, la mayoría de veces sin ser juzgado por tus acciones pasadas o futuras. Entender que muchos tienen diferentes estilos de vida”.

Esta afirmación encierra algo valiosísimo: el poder de hablar sin juicio. En un mundo que tantas veces señala, encasilla y condena, encontrar un espacio donde se pueda hablar “libremente” se vuelve un acto de reparación emocional. Y lo dice alguien que está en un lugar donde, se supone, todo gira alrededor del juicio. ¿No es eso, acaso, una gran paradoja?

Brandon Alexis añade otra dimensión: “Jamás imaginé llegar a convivir con personas de mi edad, siento que me genera más confianza contar mis problemas que con mi familia”.

Aquí aparece una palabra clave: confianza. Esa que no siempre se da por cercanía de sangre, sino por el simple hecho de sentirse escuchado, sin etiquetas. La convivencia, aunque no haya sido elegida, ha permitido a estos jóvenes abrirse a otros como no lo habían hecho antes. Tal vez porque en ese espacio de iguales, al que han llegado tras caminos difíciles y siendo señalados, florece una comprensión más honda, más horizontal.

La convivencia también trae consigo lo inesperado. Edgar Audel lo dice con honestidad:

“Convivir con mis compañeros fue al principio raro, porque nunca pensé estar aquí y menos con estas personas. Todo comienza con una palabra y de ahí se parte para conocer a esa persona y dejar que te conozca y se da muy buena amistad. Eso sí, no te tomes las cosas personales”.

Esa reflexión, sin grandes pretensiones, dice mucho. Todo comienza con una palabra. Lo más humano, lo más básico, lo que nos vincula. Basta una palabra para que lo ajeno se vuelva familiar. Y también nos recuerda que no todo debe tomarse como una herida: en contextos como este, aprender a convivir requiere fortaleza, pero también una cierta ligereza para no cargar con todo; la amistad se vuelve entonces un acto cotidiano y accesible, un producto natural de la cercanía cotidiana.

En medio de la experiencia se va tejiendo una red. A veces con hilos débiles, a veces con la firmeza de lo que se construye desde el respeto mutuo. Es lo que Nuccio Ordine plantea cuando nos habla de la “utilidad de lo inútil”. ¿De qué sirve, se preguntarán algunos, aprender a convivir aquí, si es un espacio transitorio, si se está pagando una falta, si lo importante es cumplir con el tiempo indicado?

Sirve, y mucho, porque lo inútil, lo que no tiene un valor inmediato o práctico, como una charla entre compañeros, un momento de risa compartida, un consuelo silencioso o un juego improvisado, es lo que forja el sentido de humanidad, de pertenencia. Y ese sentido, una vez tocado, ya no se pierde.

La vida está hecha de esos fragmentos. Bachelard diría que los instantes, aunque fugaces, condensan sentidos. Son pequeñas luces que, aun cuando se apagan rápido, dejan una estela. Tal vez este periodo, con toda su carga, será solo un fragmento más en las vidas de estos jóvenes. Pero los fragmentos también construyen memoria. Y si en este espacio, tan poco elegido, tan inesperado, se sembró una semilla de escucha, de encuentro, de respeto mutuo, entonces algo ha cambiado en lo profundo.

No se trata de grandes transformaciones visibles, sino de esos movimientos interiores que, aunque invisibles al ojo ajeno, pueden ser decisivos para el rumbo de una vida. Porque a veces, una palabra dicha a tiempo, una mirada que no juzga, un silencio compasivo, una conversación sincera, una pausa en el ajetreo de la vida, se queda para siempre. Y quizás desde allí empiece a florecer otra forma de estar en el mundo.

La esperanza no se construye desde grandes discursos, generalmente se gesta en lo cotidiano: en un “¿cómo estás?” sincero, en el cuidado de las palabras, en la elección de no burlarse, en el gesto de compartir una historia sin miedo, en el valor de estar presente. Y cuando eso sucede entre jóvenes que llevan a cuestas historias difíciles, se vuelve aún más valioso.

Acompañar estas voces es reconocer que, en medio de contextos complejos y etiquetas sociales, sigue existiendo humanidad. Y que, en lo más profundo, todas las personas queremos lo mismo: un lugar seguro donde ser, donde confiar, donde entender que aunque no nos parezcamos, podemos convivir. Un lugar que dignifique al individuo.

Volver a mirar lo que ocurre en estos espacios no desde el prejuicio, sino desde la escucha, es también un acto de reparación; dejar que sus palabras tengan lugar fuera de los muros es una forma de romper el silencio impuesto. Porque hay algo profundamente humano y compasivo en abrir el espacio para que alguien manifieste: “yo también tengo algo que decir”.

Y así, sin buscarlo, estos encuentros no planeados se convierten en claves de transformación. Porque cuando uno aprende a convivir en un sitio donde no quería estar, cuando logra ver al otro más allá de su historia, cuando escucha sin juzgar, entonces algo importante ha empezado a cambiar. En un mundo donde tantas veces se impone la exclusión, que cuatro jóvenes puedan encontrarse, hablar, escucharse y mirar juntos hacia un punto común, es una pequeña gran victoria. Una que vale la pena contar.

Las relaciones entre pares, en especial en la juventud, son un campo fértil para el aprendizaje más profundo, ese que no viene de un manual, sino del roce cotidiano, de los desacuerdos que se resuelven con respeto, de las confidencias que surgen cuando el juicio se suspende y queda solo la palabra. En estos vínculos se abre la posibilidad de ensayar quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser. Cada uno, a su ritmo, con sus propias preguntas, heridas, cicatrices e ilusiones.

Porque aprender, como bien sugiere Nuccio Ordine, es un fatigoso recorrido que nadie podrá realizar en nuestro lugar. Y, sin embargo, hay caminos que se vuelven más transitables cuando alguien nos acompaña, aunque sea solo por un tramo. Tal vez eso es lo que más queda: no las respuestas, sino la experiencia compartida de no haber caminado del todo solos. Eso, en cualquier lugar del mundo, también es una forma de libertad y de esperanza.

* En el texto se utilizan los nombres elegidos por los propios jóvenes; se colocan en cursiva, así como sus ideas compartidas para este escrito.

Más información

  • Gastón Bachelard. (1999). La intuición del instante. Fondo de Cultura Económica.
  • Marc Augé. (1992). Los no lugares. Espacios del anonimato. Editorial Gedisa.
  • Nuccio Ordine. La utilidad de lo inútil. Acantilado.

La autora es profesora e investigadora de la Universidad de Colima. Forma parte del Sistema Nacional de Investigadores e Investigadoras de la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación. Sus líneas de investigación son: procesos y prácticas educativas, educación e intervención en contextos comunitarios y desarrollo saludable.

mireya_abarca@ucol.mx